Una de las cosas que me encanta de mi trabajo es que es muy variado: sesiones de coaching, formación, un diseño nuevo, asesoría sobre certificación, exámenes de coaching, mentoring, supervisión… Y no solo disfruto de lo distintas que son todas estas actividades en sí, que también, sino que el verdadero lujo para mí es poder trabajar y colaborar con muchas personas, y que cada uno de estos encuentros tenga un objetivo común: juntarse para crear más aprendizaje.

Consciente de una tendencia a querer hacer las cosas “yo sola”, cuántas veces he tenido que constatar que una sola conversación con otra persona tiene el poder de sacarte de un atasco, y que un proyecto compartido multiplica la propia creatividad por diez y disminuye el peso percibido por cien…

Eso es, si tenemos presente los principios básicos de las relaciones de encuentro. Se trata de un espacio en el que:

“… todas las personas tienen sitio para ser exactamente lo que son. … No hay uno que sepa más que el otro o que tenga más valor, solo ocupan roles diferentes. La clave está en crear un campo de juego entre ambos en el que las cosas de uno y otro se relacionen, se combinen y fructifiquen en algo nuevo y creativo.”

Del libro Coaching Dialógico, p. 57, del que soy co-autora junto a Susana Alonso y otros autores (LID Editorial, 2013).

Un buen ejemplo de estos encuentros que requieren de la aportación de todos sus componentes y que a la vez los benefician, son las sesiones de mentor coaching grupal. En estos meses he facilitado varios grupos, y es una maravilla constatar la gran sabiduría que brota ahí.

Los grupos suelen tener de 3 a 5 participantes máximo. Esto facilita que todos podamos conectar y sentirnos en confianza antes. Un espacio seguro. Esto es primordial, porque hay que lanzarse a hacer coaching delante del grupo, arriesgarse a dar feedback y abrirse a recibirlo. Y cómo no, ofrecerse de cliente con un tema real. Y todos nos sentimos vulnerables en esta situación. Saber que serás respetado, que no te van a juzgar, y que el grupo necesita de ti, hace posible comprometerse.

El trabajo es intenso y por esto me gusta poder ofrecer también tiempo suficiente. Para conectar y conocerse, sobre todo en los talleres de día completo, donde paramos para tomar un té y una chocolatina o una fruta, y salimos fuera para comer; el encuentro con otros no solo es para aprender… ¡Queremos pasarlo bien! Y por su puesto para el feedback. Cada coach hace una autoevalución – qué funcionó en el coaching que acaba de hacer, y qué haría diferente si lo pudiera repetir – y recibe feedback del cliente y de todos los observadores incluyendo la mentora. Las observaciones se hacen de acuerdo a un marco teórico sencillo, alineado con las 11 competencias de coaching de ICF, aportando foco y claridad de lo que haría aún más transformador tu coaching.

Es realmente destacable la generosidad que se puede observar en los grupos, en cada uno de los roles (coach-cliente-observador), poniéndose en juego para ser útiles a los compañeros, y el feedback que se dan es excelente. Por eso siempre animo a los coaches a reunirse y hacer este trabajo por su cuenta, poniendo a su servicio su capacidad de crear relaciones de encuentro con otros coaches para aprender y crecer juntos, y para cuidar y disfrutar de nuestra red de apoyo.

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