¿Os pasa a veces que en vuestras sesiones queréis hacerlo tan bien que perdéis presencia e impacto? Por estar pendientes de un diálogo interior de lo que deberíamos hacer o lo que debería ocurrir, se genera una tensión que hasta impide respirar bien. Como si fuera un corsé, que aprieta demasiado y apetece quitarse. Pero no todo es malo, porque gracias a esta sensación de encorsetamiento, se despierta un anhelo de espacio y libertad de movimiento.

Esta experiencia me invita a una reflexión sobre la función del corsé, que antiguamente tenía una uso literal, pero que ahora nos resuena mucho en el sentido metafórico: en ambos sentidos, los corsés sirven para sujetar y dar forma.

Cuando nos estamos formando como coach, “pintar dentro de las lineas” es una etapa natural. Necesitamos subir los peldaños del proceso de aprendizaje, desde la “incompetencia inconsciente” a la “incompetencia consciente”, y la “competencia consciente”. Aún no hemos llegado a la competencia inconsciente. Aunque una sesión de coaching es una conversación entre dos personas, no es cualquier conversación, hay una forma de hacer con una metodología muy específica. En ese momento, las competencias de coaching, la estructura de la sesión o los pasos de una herramienta nos sujetan. Se podría decir que nos encorsetamos voluntariamente, porque el corsé metodológico aporta la seguridad para lanzarse a una profesión nueva, el rigor necesario para garantizar un trabajo de calidad, o las claves para aprobar un examen de certificación.

Esta fase en la que el coach está muy pendiente de seguir las pautas y que puede resultar en un coaching algo forzado, “robótico” y menos fluido, es una parte imprescindible del camino de profesionalización. Es el juego de apretar y aflojar nuestro corsé y encontrar el equilibrio justo para acompañar a nuestro cliente en la sesión. Hay espacio de movimiento pero dentro de unos límites.

Entrenarse en las reglas del juego siempre es un trabajo arduo, pero tiene su recompensa: una vez integradas las competencias, podemos por fin quitarnos el corsé, y disfrutar de hacer nuestro trabajo. Es más, es necesario hacerlo, para conectar con nuestro verdadero brillo como coaches.

La siguiente etapa en nuestro desarrollo es, por tanto, dejar atrás la seguridad del corsé, y sujetarnos solos. Confiar en la capacidad que hemos desarrollado y entregarnos a lo que emerge en la sesión, desde la presencia plena y la conexión con nuestro cliente.

Y esto también es un desafío.

Paradójicamente, el anhelado espacio para hacer un coaching más libre, desde quienes somos, ser creativos y trabajar desde la intuición, también da vértigo. Tanto es así que nos puede llevar a crear nuevos corsés a los que someternos, en forma de expectativas sobre nuestro desempeño, que exigimos sea siempre más y mejor.

¿Entonces cómo liberarnos de los corsés?

Nuestra propuesta es que cada coach aprenda a sujetar la tensión entre seguir desarrollándose, y confiar en la experiencia del camino ya recorrido. Y no solo sujetar, sino esperar y amar. Porque se trata de una dinámica de contracción y expansión que es inherente a la vida y el desarrollo humano: Encorsetar y romper el corsé, cerrar y abrir, sentir la presión para poder atravesarla e integrarla en un proceso de crecimiento personal continuo.

Para mí, el trabajo diario de conquistar este espacio de disfrute y libertad da sentido a mi profesión, cuya esencia es la transformación no solo de los clientes, sino también mía propia.

¿Alguna vez te has encontrado con algún dilema ético en tu práctica de coaching? Y cuando piensas en temas a vigilar en cuanto a la ética profesional, ¿qué tipo de temas son?

Quizás en tu formación como coach hayas leído el código ético de ICF o EMCC, o reflexionado sobre algunos casos, y te llevaste mayor claridad sobre conceptos como por ejemplo la confidencialidad en el coaching, el conflicto de intereses, o derivar un cliente a otro profesional.

En un primer momento todo puede parecer muy evidente: “No puedo comentar con otras personas lo que el cliente me comparte en la sesión.”, “No debo aprovechar una relación de coaching con un cliente para obtener otro beneficio ajeno al contrato de coaching.” “Cuando un cliente necesita un psicólogo en vez de un coach, debería derivarle.”

Como principios básicos de una actuación profesional, estas pautas orientan a los nuevos coaches sobre el terreno en el que se van a mover cuando empiezan a ejercer. Pero cuando empezamos a trabajar con clientes nos damos cuenta que la práctica ética requiere una reflexión continua de cada coach, y una intencionalidad para mantenerse fiel a los estandares con los que nos hemos comprometido.

Muchos coaches me comentan que no, no se han encontrado nada últimamente que les haya supuesto un cuestionamiento ético. Eso es positivo en el sentido que no ha ocurrido nada especialmente alarmante y el coaching está funcionando. ¿Qué considerarías tu “alarmante” éticamente? Quizás piensas en un cliente que comparte una experiencia pasada muy traumática, o una propuesta de lucrarse a partir de tu conocimiento sobre algunos clientes o la posibilidad de iniciar una relación sentimental con un coachee.

Sin duda son situaciones desafiantes que requieren un proceso de discernimiento por parte del coach pero donde parece que tenemos más claro qué significa “hacer lo correcto”. Pero pensar que dilemas éticos sólo conciernen situaciones más extremas nos hace perder de vista la vertiente ética de situaciones corrientes, donde todos nos podemos confundir. Os invito a salir de la zona blanco/negro y explorar la zona gris:

• ¿Qué pasa con la confidencialidad en las reuniones de seguimiento que organiza una consultora con el grupo de coaches que están participando en el proyecto? ¿Compartimos más de lo que deberíamos? ¿A qué se debe?
• Cuando nos encontramos como coaches con una tendencia de aconsejar o ser directivos con un cliente, luchando con el principio de no-directividad en el coaching, ¿qué implicaciones éticas tiene?
• ¿Cómo respondemos cuando los intereses del coachee no coinciden con los de la organización que paga por el coaching? ¿Cómo navegar la responsabilidad que tenemos ante el coachee, la organización y con la confidencialidad?
• ¿Cómo afrontar el haber recibido información relevante para el futuro profesional de tu coachee en una reunión con Recursos Humanos? Al saber que no deberías compartirlo con el coachee, ¿alguna vez hemos hecho alguna observación al cliente para ponerle sobre la pista? ¿Forzamos la conversación en cierta dirección? ¿Cómo llevamos el tener las manos atados por el contrato de confidencialidad?
• Tu cliente te comenta que se siente víctima de acoso en el trabajo. ¿Cuál es tu responsabilidad?

Si estos ejemplos te han hecho reflexionar, te invito a leer los resultados de un estudio realizado por EMCC Global “Ethical Dilemmas in Coaching Today”.

La encuesta apunta a que en coaching organizacional, a pesar de buenas prácticas como la creación de un acuerdo claro para el proceso de coaching, los acuerdos tripartitos y la identificación de objetivos consistentes, los dilemas éticos siguen apareciendo.

Otra de las conclusiones es que el lugar elegido para hablar sobre dilemas éticos es la Supervisión de Coaching. Recuerda que la Supervisión es un espacio donde sí podemos compartir lo que se habla en confidencialidad con el cliente.

Si quieres hablar más sobre este tema, o si tienes otras preguntas, te puedes apuntar al próximo webinar gratuito y participar en una conversación con otros coaches para compartir tus dudas y aprender de la sabiduría del grupo.